Antes de la era de internet y de la digitalización de la economía, la velocidad de adopción de una innovación se veía obstaculizada por limitaciones físicas relacionadas con su producción y distribución a gran escala. En primer lugar, era necesario reunir varios millones de dólares en fondos de capital, una fábrica, mano de obra y materias primas. Luego, una vez que el producto estaba listo para ser vendido, se requería invertir en publicidad y desarrollar canales de venta, para alcanzar la mayor cantidad de clientes potenciales posible.
Incluso las innovaciones más revolucionarias tardaron más de una década en ser adoptadas por un amplio sector de la población. Por ejemplo, fue necesario medio siglo para que 50 millones de personas utilizaran el teléfono fijo, 22 años para la televisión y 12 años para el teléfono móvil, según datos de Visual Capitalist.
Sin embargo, en la era digital, la producción de bienes y servicios a veces puede llegar a reducirse a poco más que un simple fragmento de código informático que puede replicarse o reutilizarse indefinidamente con un coste marginal casi nulo. En este nuevo mundo, la innovación puede extenderse como un reguero de pólvora. Facebook, por ejemplo, alcanzó los 50 millones de usuarios 3 años después de su lanzamiento, Instagram logró esta marca en menos de 2 años y el servicio de streaming de vídeo Disney+ en sólo 5 meses.
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